jueves, 26 de marzo de 2015

HIJO MIO, QUIERO SER PAYASO


Cada vez hay más adultos que descubren la magia del payaso y más niños embobados con sus aventuras. Nunca es tarde para descubrirse, para transgredirse en unas normas propias y acentuadas con una, o unas personas más experimentadas en estos andares. 
La experiencia es un pilar en la educación que no se puede obviar; y es precisamente un factor indispensable en todas las personas, de nutrirnos de otros caminares.



Los payasos invierten constantemente los papeles con el mundo de los niños. Tanto en un escenario, como en la educación que le damos a nuestro payaso al igual que a un niño. Como cualquier otra persona continua educándose en su comportamiento. Podríamos decir que un adulto se contagia del niño que lleva dentro, como también los niños se comportan en ocasiones con esa característica del adulto. Ambos sanamente.

Cuando se adopta un payaso, con rasgos característicos de nuestra personalidad, se está en ese limbo infantil de informaciones sobre nuestro conocimiento. En el aprendizaje de lo que se potencia con una nariz, con un vestuario, con un público o con unos compañeros de taller. Ese entorno nuevo en forma de burbuja nos despierta algo distinto, algo nuevo que nuestro payaso tiene que asimilar como la personita que se va descubriendo. Nos sorprendemos de todo y reaccionamos con la frescura ante la sorpresa. Como esa personita, que siente algo nuevo que no había sentido y lo potencia. Cuando le ocurre esto al de la nariz, cuando potencia sus descubrimientos delante de un infante, el niño dice: “¿pero esto qué es? ¿Un grandullón comportándose como yo?” y le produce gracia por que no es lo esperado. Como también los momentos que he comentado de sobriedad en que el pequeño se llena de elegancia, de saber estar en que imita al adulto y nos produce risa.

El payaso está en la mezcla de estos dos señores, es un coctel de uno y de otro. Perfecto punto de mira para lo entrañable, lo simpático y lo resultón. Pero con la acotación de que aún y teniendo estos rasgos no debe ser infantil. Afronta las adversidades como el chiquillo, pero no lo es…



Este pequeño fragmento puede ser un buen resultado de una de tantas posibilidades que pueden despertar este concepto.

Entra en el bar de siempre (8´13h)
-(malhumorado) Cacaolat caliente…
- ¿Mala noche Mike?
-Pesadillas de todos los colores… Cuando mi madre me ha despertado “Burbujas” estaba en el suelo y me he chafado pero es que encima estaba todavía más cansado que cuando me acosté.
-¿Y qué has soñado Mike?
-Luego te lo explico, he quedado con Andrea para ir a clase ¿Sabes? Ahora se sienta con Paco… “El Tochas”
-Joder tío… A la vista de todos.

Entra en el mismo bar (16´05h)
-¿Qué será Mike?
-¿No sé…? Fanta limón. Necesito algo distinto. Con mucho hielo.
-Ya sabes lo que opina tu madre sobre el hielo… ¿Has vuelto a abusar de los donetes?
- Donetes, gominolas, nuttela… La lista es larga.
-Mike ¡tienes que hacer algo con tu vida!
-¿Quién es la chica de la puerta?
- Mala gente… le contesta a los profes, nunca hace los deberes… Incluso se acuesta tarde.
- Me da igual todo. Le invitaré a un palote… A ver qué dice.
-Hazme caso y duerme la siesta Mike. Te conviene descansar. Vete a casa…
- Si… amigo. (reflexiona) Creo que me iré a dormir. Tengo examen de natu mañana… Nunca es tarde, estudiaré. Un día malo lo tiene cualquiera.
-Haces bien amigo.
Se va…



Estas fusiones entre estos dos mundos, el de los niños y el de los adultos, pueden ser muy simpáticas. El payaso como nexo común es la figura perfecta para aprender de unos y de otros, los une y puede dar paso a situaciones peculiares.

Puede que cuando ensayamos o actuamos estemos educando a nuestro payaso, como cuando educamos a nuestros pequeños. A momentos para que entre en razón y se comporte racionalmente, que comprenda que el payaso no es solo desasosiego. Y a momentos con más libertad, en que nos apetece jugar con el pequeño que fuimos algún día.

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