Cada vez hay
más adultos que descubren la magia del payaso y más niños embobados con sus
aventuras. Nunca es tarde para descubrirse, para transgredirse en unas normas
propias y acentuadas con una, o unas personas más experimentadas en estos
andares.
La experiencia es un pilar en la educación que no se puede obviar; y
es precisamente un factor indispensable en todas las personas, de nutrirnos de
otros caminares.
Los payasos
invierten constantemente los papeles con el mundo de los niños. Tanto en un
escenario, como en la educación que le damos a nuestro payaso al igual que a un
niño. Como cualquier otra persona continua educándose en su comportamiento.
Podríamos decir que un adulto se contagia del niño que lleva dentro, como
también los niños se comportan en ocasiones con esa característica del adulto.
Ambos sanamente.
Cuando se
adopta un payaso, con rasgos característicos de nuestra personalidad, se está
en ese limbo infantil de informaciones sobre nuestro conocimiento. En el
aprendizaje de lo que se potencia con una nariz, con un vestuario, con un
público o con unos compañeros de taller. Ese entorno nuevo en forma de burbuja nos
despierta algo distinto, algo nuevo que nuestro payaso tiene que asimilar como
la personita que se va descubriendo. Nos sorprendemos de todo y reaccionamos
con la frescura ante la sorpresa. Como esa personita, que siente algo nuevo que
no había sentido y lo potencia. Cuando le ocurre esto al de la nariz, cuando potencia
sus descubrimientos delante de un infante, el niño dice: “¿pero esto qué es?
¿Un grandullón comportándose como yo?” y le produce gracia por que no es lo
esperado. Como también los momentos que he comentado de sobriedad en que el
pequeño se llena de elegancia, de saber estar en que imita al adulto y nos
produce risa.
El payaso está
en la mezcla de estos dos señores, es un coctel de uno y de otro. Perfecto
punto de mira para lo entrañable, lo simpático y lo resultón. Pero con la
acotación de que aún y teniendo estos rasgos no debe ser infantil. Afronta las
adversidades como el chiquillo, pero no lo es…
Este pequeño
fragmento puede ser un buen resultado de una de tantas posibilidades que pueden
despertar este concepto.
Entra en el
bar de siempre (8´13h)
-(malhumorado)
Cacaolat caliente…
- ¿Mala
noche Mike?
-Pesadillas
de todos los colores… Cuando mi madre me ha despertado “Burbujas” estaba en el
suelo y me he chafado pero es que encima estaba todavía más cansado que cuando
me acosté.
-¿Y qué has
soñado Mike?
-Luego te lo
explico, he quedado con Andrea para ir a clase ¿Sabes? Ahora se sienta con
Paco… “El Tochas”
-Joder tío…
A la vista de todos.
Entra en el
mismo bar (16´05h)
-¿Qué será
Mike?
-¿No sé…?
Fanta limón. Necesito algo distinto. Con mucho hielo.
-Ya sabes lo
que opina tu madre sobre el hielo… ¿Has vuelto a abusar de los donetes?
- Donetes,
gominolas, nuttela… La lista es larga.
-Mike
¡tienes que hacer algo con tu vida!
-¿Quién es
la chica de la puerta?
- Mala
gente… le contesta a los profes, nunca hace los deberes… Incluso se acuesta
tarde.
- Me da
igual todo. Le invitaré a un palote… A ver qué dice.
-Hazme caso
y duerme la siesta Mike. Te conviene descansar. Vete a casa…
- Si… amigo. (reflexiona) Creo que me iré a dormir. Tengo examen de natu mañana… Nunca es tarde,
estudiaré. Un día malo lo tiene cualquiera.
-Haces bien
amigo.
Se va…
Estas
fusiones entre estos dos mundos, el de los niños y el de los adultos, pueden
ser muy simpáticas. El payaso como nexo común es la figura perfecta para
aprender de unos y de otros, los une y puede dar paso a situaciones peculiares.
Puede que
cuando ensayamos o actuamos estemos educando a nuestro payaso, como cuando
educamos a nuestros pequeños. A momentos para que entre en razón y se comporte
racionalmente, que comprenda que el payaso no es solo desasosiego. Y a momentos
con más libertad, en que nos apetece jugar con el pequeño que fuimos algún día.
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